
Cuando todos iniciamos nuestra vida de casados, nosotras las mujeres (bueno, hay que recordar que toda regla tiene su excepción) queremos que toda luzca impecable, que nada se salga de su lugar. Limpiamos nuestra casita hasta tres veces al día si es que nos es posible. Y así continúa la luna de miel, no nada más con nuestro esposo, sino también con nuestra casita.
Pero, ¿qué sucede cuando van naciendo los hijos? ¿Cuándo llegan las visitas a casa?, nosotras fascinadas -íntimamente super satisfechas- (por no decir que desagradablemente orgullosas) de mostrar la forma en que conservamos nuestro hogar. El problema es que caemos en un perfeccionismo tan... ¡uf! que hasta podría decirse ¡odioso! Nuestra propia familia no se siente a gusto ahí. El "Home sweet home" "Hogar, dulce hogar" deja de serlo. Ya los hijos han crecido, nuestras fuerzas menguado, y con más razón, ponemos énfasis a que todo siga impecable. Es más, podemos llegar hasta el grado -sé de madres que han hecho ésto- que no permiten que sus hijos se ensucien su ropa. Los lunes que van de blanco a clases porque en la escuela les piden ésto, quieren que traigan el uniforme ¡impecable! ¡ay! ¡pobres criaturas! Líbrelas el Señor de semejante madre, ja,ja,ja.
Bueno, estuve en un "tris" de caer en ésto. De hecho, sí caí, pero gracias a Dios que fue por muy poco tiempo. Tengo el recuerdo de una amiga que le dijo a su hijo cuando este le pidió permiso de jugar, ella inmediatamente le dijo: "pero no quiero que...bla,bla,bla, y terminó con un: "¡ni te vayas a ensuciar!". El chiquito de 4 años le dijo: "entonces, ¿no quieres que juegue?", ja,ja,ja, caso de la vida real, me tocó palparlo, escucharlo y mirarlo, je,je.
Mi primera situación de hospedaje, ¡ay! ¡me fue muy mal! De hecho, yo me preguntaba: "dicen que uno recibe ángeles en nuestras casas" ¡Ay, mamma mía! A mí me tocó hospedar a un angel...¡caído! y lo clásico: ¿porqué yo? ¿porqué a mí? ¡snif! ¡snif! ¡No más quiero hospedar! Bueno, el Señor años más tarde me enseñó exactamente lo que quería para mí con esa visita que recibí, que créanme mis hermanos y amigos, cuando me di cuenta, me avergoncé, hasta lloré, pero ¡había perdido mi oportunidad! ¡Ay!
Y con los hijos, es parecido la cosa. Estamos tan ocupadas manteniendo la casa super impecable, limpia en extremo, que no les damos a nuestros hijos la capacidad de gozarse en ella, y no menciono a nuestro propio cónyuge, que tiene que "cargar con su cruz" (o sea...¡la esposa perfeccionista!), ja,ja,ja,ja. Ya sé lo que me van a decir con lo de "cargar su cruz", ja,ja,ja, pero no hay problema, creo que si me entendieron ¿verdad?.
Cuando iniciamos (mi esposo y yo) las consultas privadas, la sala de mi casa, era la sala de espera y llegaban muchos niños que para nada sabían o habían sido educados con respecto a guardar compostura cuando en cuestión de andar tomando y jugando con nuestros preciosos objetos de adornos que teníamos.
¡Ay! tristemente recuerdo que en una ocasión, cuando un precioso chiquito de tres años, tiró tan fuertemente una dulcera de plata que yo tenía que me la abolló, yo hice un esfuerzo tal para no saltar sobre él, y decirle: ¡criaturita, esta es plata de Taxco! ¡no hagas eso! (con ganas de darle una vueltecita al niño, pero en el cuello, ja,ja,ja). ¿La mami? tranquila leyendo, ¡ni cuenta se había dado! ¡sigh!(suspiro).
Recuerdo que cuando platicaba con mis hermanos Clingan, don Roberto con todo cariño, me dijo que tenía que llevar la carga una milla más. De inicio, yo no entendía nada, yo sólo veía mi dulcera preciosa abollada (y por lo tanto desvalorizada), pero mi querido hermano me hizo comprender exactamente qué era lo que esperaba y buscaba y el porqué de ese "perfeccionismo" que necesitaba terminar de eliminar de mí.
Sé que no es malo el tener la casa limpia, arreglada y con las cositas bonitas que a uno le han regalado o que uno ha comprado, pero, que nada de eso debe de interponerse entre nosotros y nuestros hijos, esposo, invitados, amiguitos, hermanos, etc,etc. Así que de mi casa, fueron desapareciendo aquellas cosas preciosas (y guardándolas en algún lugar) en donde todo mundo estuviera a gusto y se sintiera de la misma manera.
Ahora trato de tener cosas que se vean bien, pero que sean lavables, por si hay algún "accidente" y no haya aquello de: ¡pero es mi alfombra persa!", ja,ja,ja,ja.
A mis hijos les enseñé, que no debían de tocar nada, pero cuando sabía que iban a venir algunos angelitos de poca edad, pues trataba de quitar algunos adornitos, je,je. También, aprendimos a arreglar la casa de manera tal, que cuando nos visitaran algunos angelitos más grandes, que ya su "carreola" ahora se llama "silla de ruedas", je,je, pues pudiesen tener entrada sin raspar los muebles.
En otras palabras, que la casa sea CONFORTABLE. El proceso no ha sido fácil, ni sencillo. Se escribe rápido, pero todo aprendizaje lleva un arduo trabajo, porque la teoría es más fácil que la práctica.
El no tener oro ni plata en los adornos, ha hecho que nos vayamos más tranquilos a las reuniones en la congregación o salir de viaje sin preocupación, porque no hay temor de que nos puedan robar algo. Y como yo digo, robarán puras cosas de antigüedad, ja,ja,ja,ja, porque las cosas están como los dueños...¡viejitos!, ja,ja,ja,ja.
Eso si mi queridos hermanos, no hay lujos, pero si gozarán de una rica cama ¡hmmmmm! con sábanas limpiecitas, preferentemente de algodón o de percal, que acá "entre nos" son mejores para dormir que las famosas de seda que se te resbalan ¡auch!
Tengo guardado para las visitas, ropa de cama, almohadas, toallas,etc. No porque seamos sangrones y tengamos alguna desconfiancita (eso de tener ciertos conocimientos de que si el herpes, la sarnita, ¡ay!, etc,etc,) No mis hermanitos ni amigos, sino que simplemente, queremos que ustedes estén a gusto ¡y nosotros también!
Uno duerme bien si tienes una almohada rica, así que nuestras almohaditas ¡no las cedo!, je,je, y las que les doy a mis visitas, trato de que sean también confortables.
Creo que a mis hijos les ha gustado tanto la casa y el estar en ella, que ¡ahora no se quieren ir!, ja,ja,ja,ja. Incluso, luego mis hijas me dicen: "mami, parece que te urge que nos vayamos", je,je, no es así, lo que sucede es que las mamis somos muy...¿cómo decir cuándo queremos que los hijos se casen?, ja,ja,ja,ja.
Mis amados bloggeros, ya algunos hermanos han venido a mi casita, que no es lujosa, pero si procuro que sea confortable. Trato y trataré, de que gocen su estancia en nuestro caluroso Veracruz.
¡Nos seguimos leyendo!